domingo, 21 de enero de 2007

2007: el año del Homo Fascículis

Juan Ríos Vicente
Como muchos habrán podido comprobar desde que diciembre se esfumó, enero ha vuelto a dejar en el aire esa sensación de vacío y resignación que invita, con pocas ganas, de nuevo al trabajo. Tras las navidades, el espejo nos devuelve una imagen más cóncava de lo normal de nuestro vientre y las promesas anti-chocolate, anti-cerveza y anti-tapitas se repiten machaconamente en nuestra cabeza, que aún anhela la nochebuena, el Ferrero Rocher después de comer y las fiestas hasta altas horas de la madrugada donde cualquier motivo era buena excusa para .Pero se ha acabado lo bueno. Han comenzado los planes de futuro (a corto plazo por supuesto). Aparecen en cada casa nuevos especímenes humanos asombrosamente adictos al gimnasio, al «agua es lo más sano», a las dietas o a algo que, quizá, pasa inadvertido, pero que puede incluirse ya sin tapujos en los remedios para superar el síndrome post-vacacional: los míticos fascículos coleccionables del año. No son los primeros que salen; el término del verano dejó también un buen puñado de propósitos disfrazados de formas inverosímiles, como frasquitos con un puñado de oro a un euro el bote.

Ahora que llega el mal tiempo, los fines de semana se vuelven increíblemente aburridos. Los niños vuelven al cole o se atiborran de videojuegos mientras los padres, resignados al devenir laboral, para no matar el tiempo viendo los programas del corazón, se aficionan a todo. Los hay de muchas clases: emprendedores, que buscan estudiarse el mundo de la informática en una o dos semanas; nostálgicas que coleccionan antiquísimos dedales y abanicos extrañamente decorados a mano - ¡uno a uno! -; campestres, amantes de la caza y la naturaleza que se inician en botánica y adiestramiento de perros, gatos, caballos y hasta toros. Los hay supersticiosos que llenan sus estanterías de metacrilato de piedras con poderes curativos y cartas del tarot, mecánicos y ebanistas, montadores de maquetas de cochecitos y barcos, o los que podrían calificarse como ‘desesperados’ que, aburridos de pintar, cocinar, leer, de Internet o de animales, se introducen, con grandes ánimos de sus mujeres, en el mundo de la costura y el punto de cruz. Así es el mundo en septiembre, un sinfín de especies, cada cual más sorprendente.

La rutina es el miedo. Lo que sí está claro es que los fascículos son atemporales. Da igual el grado de evolución de la tecnología, porque siempre podemos encontrar coches de colección como el de Carlos Sainz –no se sabe si los rotos o réplicas nuevas– o incluso los de Tintín, quien, a pesar de sus años, sigue dando guerra. Pero no sólo han aparecido esos, ni mucho menos. La carrera de lanzamientos de chorradas tiene desde novedades como los Lunnis, que ahora enseñan mates y lengua desterrando a los tradicionales Epi y Blas, o los arcaicos personajes de ‘Érase una vez el cuerpo humano’, pasando por las niñas que quieren ser princesas –con castillo de miniatura incluido– o los coches de radio-control, de esos que vienen tres piezas por entrega y cuyo precio sube, nada más y nada menos, que siete euros de la oferta de lanzamiento a la segunda adquisición. Todo vale para el ‘homo-fascículis’, que empieza a creer en el fin del mundo al ver de nuevo al jefe, al compañero plasta experto en batallitas vacacionales, al vecino que alardea de sus quince días en Cancún. En resumen, una nueva etapa en la vida de este nuevo ser que dura hasta que agonice un mes de eterna cuesta y se olviden promesas, quede lejos el gimnasio y cerca el bar, se cuele chocolate entre comidas y vuelva la tediosa rutina hasta el año que viene. O el verano, que para eso está más cerca.

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